Diario del Huila

Una vida de lucha constante

Sep 28, 2021

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Diario del Huila, Crónica

Por: Walder Padilla Lara 

Gentil Gutiérrez Rodríguez, perteneció al Ejército y a la Policía Nacional, pero por cosas de la vida terminó vendiendo bebidas energéticas y gaseosas en las calles de Neiva para poder sortear sus gastos diarios.

Desde muy pequeño Gentil Gutiérrez, un tolimense de 68 años de edad, tuvo que enfrentar la dura realidad de la lucha y la supervivencia, la misma que muchos colombianos han enfrentado toda su vida en ‘ires y venires’ de cosas buenas y tristezas amargas, pero con la esperanza de un mejor mañana.

Nació en Chaparral, Tolima, en el año 53, recuerda el longevo hombre de mirada curiosa y sonrisa cansada, sentado bajo la sombra de los árboles del Parque Santander de Neiva, donde se pasa los días tratando de vender bebidas energizantes y gaseosas, oficio al que se dedica ya hace varios años y al cual accedió por las pocas ofertas que tienen los hombres cuando cumplen cierta edad.

Las oportunidades de un buen empleo para asegurar su vejez se fueron agotando con el tiempo, por las malas decisiones e infortunios que no supo cómo sortear en su momento. También culpa a su exesposa de muchas de sus “desgracias”.

Dedicado a las labores del campo, trabajaba en la finca de su suegra, de allí, señala que fue desplazado por culpa de su entonces compañera sentimental. “Yo estaba trabajando en Planadas, la guerrilla me dijo que tenía que ir a buscar a mi mujer, pero ella estaba en Bogotá, cuando la mujer llegó me dijeron que me iban a matar, entonces me tocó irme”, recuerda Gentil.

Trabajando para el Gobierno

La vida militar siempre le llamó la atención; fue soldado profesional en el Ejército Nacional en el mandato de Misael Pastrana. Se destacó por ser un buen uniformado, pero decidió pedir ‘la baja’, ya que a su esposa no le gustaban los militares ni la rutina que estos llevaban, así que en un acto de amor optó por darle gusto a su compañera y buscar otros rumbos.

Dejó de lado la vida militar pero el servicio y las garantías que ofrecían los puestos del Gobierno, le seguían llamando la atención, así que decidió incorporarse a la Policía Nacional, en la capital opita. Pasaron dos años y todo marchaba bien, pero por encubrir una falta, lo retiraron o lo “echaron” como él mismo lo referencia.

Gentil parece estar cansado, el paso de los años no ha sido generoso con él, ha perdió algunos dientes y el peso del morral que siempre carga a su espalda parece llevar también la agonía de sus desgracias, forjando en su figura una silueta encorvada que lo obliga a arrastrar con gran dificultad un carrito de bebidas frías para calmar la sed de otros.

Sin rumbo fijo

Al no obtener buenos resultados trabajando para el Gobierno, tomó camino para la capital del país, en Bogotá trabajó en una reconocida empresa de plásticos; fueron tres años de estabilidad que se derrumbaron al descubrir que su esposa le era infiel.

Perdiendo las oportunidades laborales y sentimentales, se entregó a los brazos del destino y realizó labores de recolección de café, desyerbado, y hasta raspando coca. En ese tiempo estuvo en Villavicencio, pasando por Miraflores, Guaviare, donde volvió a ser víctima de desplazamiento.

“Me dijeron que me tenía que ir porque yo había pertenecido al Ejército y la Policía. Ellos (la guerrilla) me mostraron la reseña y me dijeron que yo no era sapo, ni ladrón, ni marihuanero, pero que me tenía que ir”, sostuvo Gentil.

La vida lo trajo nuevamente a la ciudad de Neiva y por ser desplazado de la violencia pudo adquirir una vivienda de interés social en el barrio IV Centenario sur de Neiva, donde reside actualmente, solo, luchando contra el tiempo y los recibos públicos que se lo “están comiendo vivo”.

La familia

Hace 36 años se separó de su mujer, pero tan sólo 15 años atrás, se divorció legalmente. De aquel matrimonio quedaron tres hijos: dos hombres y una mujer. Con dos de ellos no tiene comunicación ni sabe de la suerte que hayan podido correr.

“Tengo un hijo que dicen que es ingeniero de sistemas, no sé si será cierto; mi otra hija es casada y tiene cuatro hijos y del otro no sé nada porque le mocharon una mano en una pelea en Santa Rita, Cauca”, señala con una particular mofa.

Los rayos de sol que atraviesan los árboles del parque Santander bajo los más de 33 grados centígrados, dan para pensar que la venta de su producto es ‘pan comido’, pero no es así, la competencia y un sinnúmero de vendedores ambulantes dificultan su oficio y sus 68 años pesan tanto que no le dan para estar caminando de aquí para allá en busca de clientes.

En un buen día de trabajo puede lograr hacerse 20 mil pesos, sueldo que no le da para pagar los servicios de su casa y alimentarse como debería ser. “Si uno no vende nada pues aguanta hambre”, manifiesta con resignación, pero con una alegría que invita a pensar que, de alguna forma, como los buenos colombianos, encontrará la forma de seguir sobreviviendo.

Una vida de lucha constante

Gentil lleva más de 15 años dedicado a las ventas ambulantes.

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