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Vladimir Oyola, del río Patá a vender pescado en calles de Neiva

Dic 22, 2021

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Diario del Huila, Crónica

Por: Hernán Guillermo Galindo M

Fotos: José Rodrigo Montalvo

Con 62 años, ofrece mojarra, bocachico y otros peces que compra a los pescadores activos y mayoristas, negocio ambulante que ha sido el sustento de vida.

Vladimir Oyola tiene 62 años. Desde temprana edad aprendió el arte de la pesca, herencia familiar que le ha servido como sustento de vida en medio de las dificultades.

Trabaja vendiendo pescado en la calle, en los barrios o en el centro de la ciudad de Neiva. Se desplaza principalmente en el área de la Plaza Cívica y el Centro Comercial Comuneros de harto movimiento de personas y vehículos. “Es la única manera que tenemos y hemos tenido de subsistir con mi familia”, comenta de su actividad.

“Nací en zona rural cerca al río Patá, en límites del Huila y el Tolima, en donde compartí con mi mamá, Chiquinquirá Guzmán, y mi papá, Manuel Oyola, en una familia de diez hermanos. Nos dedicábamos a las labores del campo, por eso sólo estudié hasta quinto de primaria en la escuela de mi localidad, junto a Aipe”, relata, detrás de una carreta donde ofrece una variedad de pescados, como mojarra, bocachico, que preserva con agua y algo de hielo.

Recuerda que aprendió a pescar con atarraya en los ríos Patá y Baché, en una época en la que abundaba el producto. Hoy, tiene que comprar el pescado a los mayoristas que lo traen de otras aguas o municipios. Así es el negocio ahora, se queja.

“La verdad es que ya no hay pescado en los ríos cercanos a Neiva o los que aparecen no tienen el tamaño para ser comercializados. Yo pesco desde la edad de 20 años, pero ahora pesco en la calle ilusiones, clientes y recursos para sostenerme y sobrevivir”, sostiene, con ironía, mientras empuja el carruaje y está pendiente de los operativos de recuperación del espacio público.

Por necesidad y en busca de oportunidades la familia se traslada a Neiva, pero especialmente siguiendo al papá que compró un lote en el barrio las Palmas en donde los muchachos terminaron de criarse y de formarse.

“La situación en el Tolima se puso difícil por el orden público y la falta de posibilidades. Nos hablaron bien de Neiva y nos vinimos”, señala.

“Papá compró el lotecito e hicimos la chocita, porque no teníamos recursos con qué construir mejor. En principio la forramos con plástico y tejas de zinc y luego fuimos levantando una casita, poco a poco, como nos toca a los pobres”, relata.

Y es que muy joven tuvo que comenzar a trabajar, por lo que en compañía de sus padres se rebuscaban la vida en la antigua galería del centro de la ciudad.

“Vendíamos plátanos. Con el huesito que nos regalaban los carniceros hacíamos caldito para comer. Éramos muy pobres, era difícil tener para comer los viejos y los diez hijos”, recuerda con tristeza.

En la actualidad los hermanos están regados por toda Colombia, unos en Bogotá, en Girardot, o en otras ciudades, “solo somos pescadores ly vendedores los dos mayores”.

En su caso particular echó raíces en Neiva porque aquí consiguió a la mujer, Martha Liliana Yara, vendedora de pescado como él, “por eso  creo hubo una conexión especial porque ya llevamos juntos 32 años y sacamos adelante 3 hijos, que ya cada quien hace su vida”, agrega.

La jornada de venta

Inicia la jornada laboral muy  temprano, a las seis de la mañana, cuando sale a comprar “un poquito de pescado”  que luego pone en la carreta y un platón. Se ubica en una esquina, siempre y cuando se lo permitan las autoridades.

“Ofrezco el pescado que compró a los mayoristas y a los pescadores artesanales que eventualmente llegan con el producto a la zona del Malecón sobre el río Magdalena”, comenta.

Las ventas se han reducido ostensiblemente, según Vladimir. “La gente ya no mantiene efectivo en el bolsillo y compra lo de comer de acuerdo a sus prioridades, pero aún se vende y se sobrevive algo con esto”, manifiesta.

El producto estrella para la venta es la mojarra roja y en menor proporción el bocachico, porque es un poco más caro y casi de temporada.

Ofrece un bocachico mediano en $16.000 pesos, mientras que la mojarra cuesta $5.000 la libra, por lo que una mojarra mediana puede llegar a los $10.000 si es de dos libras, o menos, de acuerdo al peso, agrega.

También camina por la ciudad a ofrecerlo y termina de acuerdo a como le vaya en el día. A veces se blanquea y un día que considera bueno es cuando se gana $20.000 pesos.

“Cuando no hay ingreso, no se vende nada, uno tiene que comer con lo que hizo el día anterior. Esto es como las abejas, si no guarda, no come”, comenta con tranquilidad.

Es la historia de Vladimir Oyola, un hombre al que le hubiera gustado ser electricista, si hubiera tenido la oportunidad de estudiar, pero no sabe nada del tema, ni siquiera es capaz de pelar un cable.

“No tengo ni idea de eso”, afirma, y pide “que los dejen trabajar, la misma petición que le hace a Dios todos los días cuando se encomienda en el comienzo de la jornada laboral”.

Destacado

Vladimir Oyola tiene 62 años. Desde temprana edad aprendió el arte de la pesca, herencia familiar que le ha servido como sustento de vida en medio de las dificultades.

La oferta principal incluye Mojarra que es la más solicitada.

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