DIARIO DEL HUILA, MUY PERSONAL
Fotos: Tatiana Ramírez y suministradas
“Estando en la clínica habían tres personas en el módulo y estaba acompañada de mi hermana y de una ‘médica’ que parecía una niña, pequeña, rubia, blanca, de una gran dulzura. Ella siempre estuvo pendiente. Cuando ya estaba lista para ir a cirugía me acompañó todo el recorrido y me hablaba de muchas cosas”.
“Después de la cirugía, antes de despertar, mi esposo estaba a un lado y atrás había alguien que me decía insistentemente que despertara, y le respondí ‘ya me desperté’. Mi esposo me preguntó que a quién le hablaba y le dije que al médico que me estaba despertando, sin embargo, él no me dijo nada, cuando volteo a mirar la cama estaba contra la pared y pregunté por el médico que estaba detrás mío.
“Luego me hicieron muchos exámenes y dijeron que todo salió perfecto, y volvió a aparecer la ‘médica’ pequeña acompañando a los otros médicos. Al salir de la clínica, pregunté por ella para darle las gracias y nadie supo quién era, me dijeron que solo eran dos médicos y ninguna con las señas que yo les daba. Nadie supo quién era”.
Quien cuenta esta historia es Rocío del Pilar Camacho Puyo, una optómetra neivana, de 54 años, que además de su profesión, tiene una conexión especial con Dios y que a través de testimonios vividos y de otras personas, ha ido descubriendo todos estos misterios, que aún hoy no sabe a ciencia cierta qué es.
Nació en el antiguo Hospital San Miguel, donde hoy funciona el Centro Comercial Popular Los Comuneros, en el hogar de don Manuel Camacho Perdomo, un empresario huilense, originario de San Antonio de Anaconia, propietario del Molino San Isidro, uno de los primeros de la ciudad, el cual construyó ahorrando cada peso de su trabajo, pues desde los nueve años comenzó a labrarse su destino.
Él era viudo y padre de cinco hijos y se casó en segundas nupcias con Flor María Puyo, nacida en Garzón, quien en su juventud se dedicaba a elaborar trajes del Sanjuanero, no tan sofisticados como los de hoy, pero muy bien elaborados.
A los cinco hijos del primer matrimonio de don Manuel, se unieron cuatro más, donde Rocío era la mayor. Era un hogar muy bonito, muy católico.
“Mi padre enseñaba a través del ejemplo, criados con la concertación, el diálogo. Con mis hermanos mayores la relación es espectacular, nos llevamos súper bien, todos estamos unos al lado de los otros, siempre nos enseñaron el amor y el respeto”, recuerda.
“Un recuerdo de familia muy marcado, es en el balcón de mi casa, donde siempre se sentaban mis padres, entre ellos se decían ‘santito’ y ‘santita’. Mi padre nos empezaba a contar historias fantásticas que escuchábamos con mucha atención y se las creíamos todas, al punto que él era nuestro héroe”, recuerda con alegría.
La optómetra
Estudió en el Colegio La Presentación y comenta que estudió optometría “porque a mí toda la vida me ha gustado ir más allá de lo que tiene que ser. Me gradué en 1990, fui buena estudiante, y entré a trabajar en la Clínica El Bosque y en la Clínica Cardioinfantil, me gustaban los pacientes. En unas vacaciones en Neiva mi papá me regaló una óptica en el primer piso de mi casa y me quedé a atenderla y además trabajaba medio tiempo en una clínica”, señaló
Se casó a los 29 años con Juan Carlos Molano, ya llevan 26 años juntos y cinco años después de muchos tratamientos y muchos duelos nació María José, su amada hija que ya tiene 20 años. “Es lo mejor que me ha dado mi vida”.
De su esposo dice que desde que lo conoció supo que era un hombre de buen corazón. “Hemos aprendido, hemos crecido juntos. Él fue mi paciente, me lo presentó la secretaria de la óptica que era su cuñado, aunque de pequeños fuimos vecinos nunca nos conocimos, nunca supe quién era él”, comentó
Los planes de Dios
“Dios tenía otro planes para mí, al casarme a los 29 años, no quedé embarazada el primer año y comencé tratamientos de fertilidad y a raíz de eso me generó una enfermedad terminal que empezó a destruirme los órganos. Me dijeron que tenía dos meses de vida. Un día salí a caminar buscando a alguien que me escuchara y me encontré con un hombre que se dedicaba a la medicina alternativa, en esa época no era más que un yerbatero, y no le creí mucho. Sin embargo, al salir de la clínica comencé a estudiar sobre el tema y el médico me atendía y me hacía ‘curaciones’. Con el tiempo, me hicieron nuevos exámenes que repitieron en varias ocasiones. No tenía nada”, afirmó.
Buscando qué pasó comenzó a estudiar, a investigar, es así como se acercó a la terapia alternativa, programación neurolingüística, terapias energéticas, empezó a estudiar todos esos temas “pero no me daba cuenta que detrás había otras cosas y ahí empezó todo ese mundo”.
Otra experiencia que recuerda fue cuando su madre estaba en la clínica, y Rocío llegó a cuidados intensivos ella le dijo: “Todo lo que tú has dicho es verdad, ellos están acá. Yo le respondí que sí”.
“Yo a esto no le tengo nombres, por eso en la Biblia todos somos hermanos. No hubo un cambio en un momento exacto, como para dejar la optometría, simplemente Dios se encargó de ir abriendo las cosas, los caminos empezaron a abrirse, aunque parezca una fantasía. Yo no hago nada, Dios lo hace todo, yo soy su instrumento”, nos comenta sobre su experiencia.
Para el bien de todos
Ella no habla con nadie, alguien le habla, alguien le dice cosas, ella es un canal de energía para el bienestar de todos. Es el medio a través del cual Dios trabaja para el bien de todos.
Rocío Camacho dice que lleva en este proceso más de veinte años, cuando empezaron los tratamientos de fertilidad y lo empecé a aceptar cuando la operación cerebral.
Aunque en algún momento, por todas las cosas que le pasaban o que sin saber terminaba diciendo, le decían ‘bruja’, cosa que no es literalmente así, ella afirma que “estoy aquí al servicio de la vida”.
Por eso, dentro de sus expectativas para el futuro, Rocío del Pilar Camacho, la optómetra, aunque considera que el futuro es incierto ella quiere disfrutar cada momento, ser feliz, porque “todo es perfecto, con todas las imperfecciones”.
Finalmente nos dice que le gustaría que la recordaran como una persona que vino a servir, vino a amar. “Soy un ser humano”.